Beatriz Elena Gaviria Muñoz tiene 58 años y, desde hace 5 acostumbra tener dos maletas empacadas: para tierra fría y caliente. Hace apenas unos días regresó de San Jerónimo, en el occidente de Antioquia, y ya está convidada para visitar otro municipio en la región del suroeste.

Próximo destino, ¡pregúntele a Beatriz!

Comuna 16 / Belén

Beatriz Helena Gaviria

Belén

Su casa queda ubicada en la comuna 16 de Medellín, en el barrio Belén Aliadas, hogar en el que transcurre su vida entre el cuidado de su familia, el deporte y los paseos. Los lunes, miércoles y viernes, y después de dejar a su nieto Samuel en el colegio, se va a practicar gimnasia con el grupo de adultos mayores al que pertenece. Los martes y jueves el plan es la natación y a la hidroterapia. “Salgo a las 8:00 de la casa, la clase es de 9:00 a 10:00 de la mañana, pero ahí sí comadreo parejo; me quedo por ahí hasta las 11:00 o 12:00”. Tampoco se pierde paseo del Índer, ni café o eventos con las amigas.

 

Y es que así como el rosado intenso que lleva en sus uñas, esta mujer le ha dado a su vida un matiz diferente lleno de alegría y color y, donde los límites a la hora de sonreírle a la existencia parecen no existir. Su origen humilde no fue un obstáculo para ponerse metas y compartirlas con su esposo Raúl Díaz, un santandereano con el que está casada desde hace casi cuatro décadas. “Hace veinticinco años llegamos y fuimos organizando la casa. Éramos solos por acá, no había sino mangas. Yo veía el aeropuerto y tenía una amiga al frente y nos saludábamos desde las casas”, recuerda Beatriz.

Sus hijas María Adelaida y Diana, al igual que su esposo Raúl, se convirtieron en sus cómplices para practicar deporte. En las noches iban a gimnasia, en familia cursaron todos los niveles de natación; además, para incentivar la práctica del tenis Raúl les compró raquetas. Beatriz comenta que Diana de 33 años, toda la vida le ha gustado el deporte. “Ahora que está de vacaciones va al cerro de Las Tres Cruces, dos veces al día para hacer ejercicio”.

 

Viajera y negociante

 

Otra manera que tiene Beatriz para disfrutar la vida es viajando, para ella es más que fabuloso conocer los pueblos y la diversidad de culturas. Ha pasado por todas las regiones de Colombia, ya están en el registro mental y fotográfico de esta mujer, que ríe siempre que tiene oportunidad ya sea con o sin motivo.

Recuerda, de manera especial, como 28 años atrás, ella y su familia le dieron la vuelta a Colombia. Un recorrido terrestre que duró alrededor de un mes y que hicieron, nada más y nada menos, a bordo de un Renault 4.

Acampar ha sido otro de los planes preferidos de la familia, pero como dice Beatriz no han faltado los ‘cacharros’. Un día iban a hacer carne oreada y por dejarla extendida al sol se la comió un cerdo, sin carne los esposos se reunieron para ir de pesca y llegaron con unos pescados muy grandes que sus esposas cocinaron, pero al amanecer llegó un pescador de la región pidiendo que les pagaran el pescado que los señores habían comprado.

Haciendo honor a su raza paisa, Beatriz dice que siempre le ha gustado “armar negocio” y que nunca ha dependido de nadie; y es que eso de esperar que el esposo o las hijas le den plata para salir a tomarse un tinto o pasear no va con esta mujer de actitud emprendedora y decidida.

 

“Antes de casarme administraba almacenes y después ya trabajaba desde la casa. En Comfama me metí a cuanto curso había: administración de empresas, contabilidad, elaboración de biscochos, pastelería, hamburguesas, atención de fiestas. Hacía piononos, maría luisas, salchipapas, panzerotis y empanadas para vender. Me fui a administrar otro almacén por cuatro años, pero cuando mi nieta nació me dediqué a cuidarla y como aquí no había casi negocios y estaban apenas construyendo los edificios empecé a hacer almuerzos para venderles a los trabajadores. Vendí también trucha, una amiga de Belmira me la surtía y yo la vendía acá en la casa”.

Recuerdos ancestrales

 

Eso de ser emprendedora se lo sacó a su abuela Ana. “Nunca dijo ‘no sé hacer eso’. Tenía un amor tan real, tan sincero y yo siento que no aproveché mucho esas cosas que ella trató de enseñarme”.

 

Esa partida y la de su padre le dejaron un hondo dolor. “Él estaba con nosotros para una sacada de muela, una operación, un parto; hasta nos enseñaba cómo se hacía la comida”. Pero también recuerda como por ser la mayor de ocho hermanos, debió dar la orden para que lo desconectaran del respirador artificial 16 años atrás.

 

Esta mujer de sonrisa amplia y mirada picaresca es activa y participativa. “Me gusta mucho la alegría y no soy de tener problemas con nadie. Soy muy tranquila y siempre colaboro en lo que se necesite para el barrio, la iglesia o el colegio”. De hecho, junto con sus compañeros de la tercera edad ayudan a otros abuelos de escasos recursos con mercados y pañales.

Es religiosa, lo evidencia una pequeña gruta de la virgen de Guadalupe instalada en el patio, algunos velones sobre las mesitas esquineras, el altar al corazón de Jesús y los nacimientos que ella misma hizo cuando tomó clases de cerámica. Es artista también, ha pintado en técnicas como el óleo, y la evidencia cuelga en las paredes. Es cocinera además, una con mucha imaginación, que no necesita tener la nevera llena para ingeniárselas.

Sara llama a su abuela Beatriz la de “los interminables abrazos”. “Me gusta mucho abrazar, sentir a la gente. A mi abrazar me llena y lo hago, eso me fortalece a mí y a la otra persona”. Es la mejor manera de vivir.