Bienvenidos al bosque de la florecita
Comuna 90 / Santa Elena
Paz. Aquí el aire se respira diferente. El cantar de las aves y el sonido del viento que mueve suavemente las ramas de los árboles hacen que la experiencia sensitiva traiga consigo la palabra “tranquilidad” a todos los espacios de la mente. Al frente se dibuja un bosque frondoso cuyo límite es el infinito, allá donde la vista no alcanza.
La casa desde la cual se disfruta de este paraíso terrenal está ubicada en Medellín, aunque lejos del bullicio y distante de cualquier tipo de contaminación citadina. Su fachada es color lila y la atraviesa en la parte superior una línea gruesa, blanca; tiene en su frente tres columnas delgadas cubiertas por baldosa y una especie de pórtico que parece una pequeña sala al aire libre. Es tan llamativo este hogar que podría decirse que representa la belleza de lo simple. Como tal, no tiene nombre, aunque Marco Aurelio Hernández Posada les dice a los que lo visitan en su finca, ubicada en la Vereda Piedragorda en el corregimiento de Santa Elena, “bienvenidos al bosque”.
María Noelia García
Santa Elena
María Noelia García López, una mujer delgada de 46 años, con la amabilidad tradicional de los campesinos, es la responsable de este hogar que constituye el sueño de su niñez. “Yo decía: ´algún día que yo me case, nos vamos a vivir al pueblo, que el Señor nos va a ayudar a conseguir una finca o algún lugar dónde vivir, que sea como en el campo, porque en el campo, si tiene uno sus hijos, los va a levantar bien levantados, como se debe, no como cualquier muchacho de la calle”.
El recorrido de la vida para llegar a este sitio no ha sido fácil. A sus 16 meses su mamá murió y María Noelia quedó al cuidado de su abuela, quien, aunque sólo la acompañó hasta cuando ella tenía cerca de nueve años, le marcó la vida de manera indeleble pues la recuerda con cada uno de sus consejos, que fueron y siguen siendo su guía de vida. “A mí en la vida no me ha ido mal, porque igual, cuando uno escucha le va muy bien. Yo escuché todos los consejos de la abuelita y lo que me enseñó. Se llamaba Ana Feliz Valencia, así decía en la cédula”, recuerda.
Como es tradición en el campo, el matrimonio llega temprano y María Noelia a la corta edad de 19 años ya estaba contrayendo nupcias con Marcos, quien sigue siendo su compañero de vida y con quien tuvo tres hijos que hoy ya superan los dos décadas pero con quienes aún vive: Leidy Johana de 23 años, Rubén Darío de 22 y Carlos Andrés de 20. A la familia se suman dos perros, un gato, una lora, dos terneros y cerca de 30 gallinas.
Oriundos de la vereda La Represa, del municipio de Carmen de Viboral, llegaron a Medellín desplazados por la violencia guerrillera y antes de asentarse en Santa Elena, vivieron en un barrio popular de la ciudad hasta que pudieron conseguir un terrenito en el campo, donde se sienten más cómodos y tranquilos.
A pesar de la costumbre que puede llegar con los años, cuando su esposo llega de trabajar en alguna de las fincas aledañas a ella aún se le iluminan los ojos y en medio de comentario que viene y que va, se hacen reír y se abrazan, como el reflejo de un joven noviazgo.
Quizá ese amor familiar, quizá los consejos de la abuela o quizá el campo mismo, que con su paz regala tranquilidad al cuerpo humano, son los factores que influyen en que esta familia, aunque imperfecta como todo lo humano, sea el ejemplo de la armonía.
“Todos somos muy unidos, los muchachos son muy queridos conmigo y yo también los quiero mucho a ellos y sí, compartimos mucho, y jugamos, nos reímos, vemos televisión juntos, charlamos. Y que yo diga, acá, en mi casa, groserías no; insultos no se escuchan. Yo no tengo que decir que ellos se digan una palabra mal dicha. Mi abuelita a mí desde pequeña me enseñó cómo era que se tenía uno que comportar y cómo era que se tenía uno que manejar; debe tratar de quererse uno mismo para así querer a las demás personas y a los hijos con mayor razón y tratarlos bien”. Así se expresa María Noelia sobre su familia y sus palabras, sinceras, se escuchan como una narración natural de lo que parece cada día menos común en los hogares.
Para ella, la crianza de sus hijos se resume en una frase que decía su abuela: “lo que a uno le enseñen desde pequeño, lo que uno da, recoge”. Es por eso que una de las claves del éxito en la crianza de sus hijos ha sido el ejemplo, pues, según cuenta, entre su esposo y ella no ha habido pelea con groserías. También, formarlos desde pequeñitos –porque sino “ya no hay solución”– en que las responsabilidades son primero, y eso sí, criarlos en el campo, como dijo antes para “levantarlos bien levantados”, le ha ayudado de mucho.
Su posición de que en el campo se crían mejor los niños la explica diciendo: “uno los va a enseñar a trabajar, les va a explicar cómo se siembra una mata de col, cómo se siembra una mata de maíz, una mata de cebolla, qué se le debe echar, qué no se le debe de echar, y también porque aparte de que uno los tiene entretenidos, trabajando, no están pensando en ir a coger lo que no les conviene, por ejemplo las cosas ajenas y el vicio”.
Y que no falte el amor, la base de todo. María Noelia cuenta, por ejemplo, que cuando amanece triste, como nos pasa a veces a todos, su hijo Rubén se le acerca y le pregunta: mamá ¿qué le pasa? ¿por qué está tan triste? ¿está enojada conmigo? ¿ma’, por qué está tan triste? A lo que ella responde, “no papi, cosas de la vida que le pasan a uno”. -“¿Sí?, linda mi florecita como es de hermosa”, se va pa’ donde uno y me dice “linda mi florecita, no se ponga bravita que yo la quiero mucho”.
Todas estas pautas de crianza, María Noelia García las sigue llevando con su nieto, Simón, hijo de Leidy Johana, que apenas cumple 3 años. “Yo lo pongo a hacer sus cosas, que recoja sus juguetes, que arreglar que la matas, a echarle comida a las gallinas, y si Dios quiere, y el Señor me va a ayudar, yo voy a levantarlo como levanté a mis hijos”.
María Noelia se pone de pie y camina hacia un pequeño cambuche que tiene frente a su casa en donde cuida del sol directo algunas plantas y flores que acaricia mientras confiesa que les habla cuando les echa el agua para que crezcan más bonitas y alentadas. Camina hacia un árbol de guayabitas pequeñas, tan deliciosas que podrían hacerle competencia a cualquier confite, y cuenta que las cuida mucho y no le gusta que se las bajen otras personas porque hay gente que tiene la mano muy dura y le tumba los gajitos enteros. Sigue el recorrido por sus plantas, aromáticas, decorativas y frutales, mientras que con cada paso y cada descripción, demuestra que la frase de su abuela no sólo marcó su vida, sino que es el centro de todo lo que hace “lo que uno da, recoge”, o lo es lo mismo: “lo que uno siembra, recoge”.