Los nuevos comienzos de una madre sustituta
Comuna 11 / Laureles
Con su esposo solo tuvo dos hijos, uno de 36 años que se convirtió en su mano derecha y el otro de cuyo padre se separó el día en que este nació, hace ya 16 años. Sin embargo, y por más de una década, su casa se ha convertido en el hogar de estudiantes y empleados que han sido los hijos adoptivos de María Nubia Arango, una mujer de 56 años.
Tiene el candor propio de las madres, pero la entereza del más fiero guerrero. Y es que en la vida ha salido muchas veces victoriosa, pero también le ha tocado perder algunas de las batallas propias de la existencia. Situaciones que, contrario a debilitarla la han fortalecido.
María Nubia Arango
Laureles
“Soy muy autónoma”, dice con vehemencia. De su casa paterna en su natal Sonsón recuerda como ella y sus tres hermanas debían hacer las tareas encomendadas a los hombres. “Cogí la entereza suficiente. No soy insegura, tomo decisiones y no vuelvo atrás. Es mi vida, es mi ser”.
A los 14 años salió de Sonsón y, como le enseñaron en su familia, empezó a capacitarse para poder ganarse la vida. Estudió enfermería y su experiencia y dedicación la llevaron, entre otros países, a los Estados Unidos para desarrollar su profesión y poder así construir sus sueños y una historia de vida exitosa al lado de sus hijos Giovanni y Jhonatan.
Con 40 años tenía un proyecto de vida consolidado: una casa en una zona próspera, una microempresa de confecciones, su propio vehículo y los ahorros suficientes para evitar preocupaciones futuras. No obstante, por una extorsión perdió todo lo que había conseguido en décadas de trabajo y miles de noches en vela. Lo único que se salvó, del patrimonio adquirido con tanto esfuerzo, fueron las cinco máquinas que tenía en su microempresa.
Volver a empezar
Su nueva historia comenzó en el Estadio, en la comuna 11 de Medellín, con su taller de confecciones. Pero la caída de la producción textil entre los años 1999 y 2000, hizo que el negocio se viniera a pique.
Con un hijo en la universidad y el otro en brazos no eran muchas las opciones que le quedaban a esta mujer. “Cada cosa que le pasa a uno lo fortalece”, empezaba a entender el verdadero aprendizaje de la vida.
Por recomendación de una amiga decidió volver su casa un lugar de habitación para todos aquellos que lo requirieran. “Me acomodé con mis dos hijos en el garaje y alquilé el resto”. En Feria de Flores y, gracias a las cuñas radiales, 25 personas venidas de distintos lugares llegaron para hospedarse y disfrutar de las festividades, así comenzó de nuevo.
“Luego una vecina me dijo: ‘vea le alquilo un edificio completo para que siga con su negocio”; y durante 14 años tuvo arrendado el lugar, alcanzó a tener 35 inquilinos bajo su techo, a los que, además, cocinaba, organizaba la habitación y la ropa.
Nubia estableció reglas básicas en el hospedaje que garantizaran la convivencia como entrar a la casa a horas determinadas, evitar el ruido a altas horas de la noche, ser ordenado y, claro, dedicarse a trabajar o estudiar.
Ella ha sido una especie de “madre sustituta”. Cuando hay que felicitarlos lo hace, pero si hay que llamar a las mamás para que vengan por ellos porque no están siendo responsables con sus actividades de estudio o trabajo, no le tiembla la mano y menos la voz para hacerlo.
Ahora está en una casa más pequeña, con menos inquilinos. Sus arrendatarios entre estudiantes y profesionales vienen de lugares como Córdoba, Cúcuta, Villavicencio y La Dorada. Personas que encuentran en el hospedaje de Nubia además del cariño y la atención que ella les profesa.
Llenarse de vida y alegría
Por ahí dicen que perder, es ganar un poco y quizás esa fue la filosofía que Nubia aplicó para su nueva vida en la comuna 11. “Estaba bastante triste, pero me puse a pensar no puedo darme el lujo de enfermarme, tengo dos hijos”.
Comenzó a trotar, a conocer gente. “Para mí el deporte es salud, es vitalidad, te da fuerza, te llena de vida y de alegría. Es lo máximo”. Y fue la práctica deportiva la que la encaminó hacia un rol que antes no había experimentado: el trabajo comunitario, una labor que hoy la hace vibrar.
Mientras practicaba deporte se empezó a involucrar en los problemas sociales. “Yo iba al Estadio para hacer aeróbicos, una noche me invitaron a la reunión y allí me eligieron”; desde esa época es representante legal del club de la tercera edad Luz de Vida.
Hace catorce años está trabajando por su comunidad. Al conocer la problemática de niños y jóvenes de los sectores, en cuanto a situaciones de abandono y violencia, dedicó sus esfuerzos hacia esta población, al tiempo que hacía parte de la mesa de educación de la comuna.
Una de sus virtudes es la planeación, por lo que organizó su tiempo para atender a sus hijos y a sus huéspedes, hacer trabajo comunitario y practicar deporte en semana, todas las noches y, los días domingos dos horas en la mañana. De lunes a viernes, en la tarde, trabaja en la comunidad; excepto los sábados y domingos. “A veces me piden ayuda en estos días y ahí estoy. No me importa si no es comuna 11, si es Robledo, Santa Lucía; si con mis conocimientos y experiencia puedo ayudar, lo hago. Yo estoy para servir”.
Además, de hacer deporte esta chef empírica le fascina la cocina, pero se cuida mucho con las preparaciones; no consume nada de grasas, fritos o harinas y come mucha ensalada. “Si alguien me invita a comer tiene que ser antes de las 7 de la noche”, ya que después de esa hora tiene la costumbre de no ingerir ningún alimento, pues controla su peso, debido a la osteoporosis de columna vertebral que le fue diagnosticada. Pese a estas dolencias, “yo no paro. No tengo tiempo de deprimirme o llorar”.
¿Y para qué llorar? si ya sabe que con los nuevos comienzos se aprende, se hace más fuerte y vive mejor, sabiendo qué es lo importante en la vida.