Fuerza de mujer
Comuna 70 / Altavista
Marisol Zapata
Altavista
Vive en una de las partes más altas de la ciudad, donde el viento rosa la piel y zanrandea las guaduas y eucaliptos al vaivén de movimientos perfectamente acompasados.
Allá, en el corregimiento Altavista, comuna 70 de Medellín, vereda Buga Patio Bonito donde vive nuestra protagonista, el verde de las praderas y montañas regala la calma que se pierde en la centralidad de una ciudad. Allá, el caos no parece existir.
Dos décadas atrás Marisol Zapata Garcés, de 44 años, canjeó sus dos casas en La Perla, un sector en la parte baja de Altavista, para instalarse en esta finca de zaguán acogedor y amplio, baldosa tradicional color café y paredes blanco hueso. Hasta el mezanine que funge como habitación y refugio para cuando Marisol quiere poner en orden sus ideas, llega el trino mañanero de las aves como despertador natural que le avisa sobre la llegada de un nuevo día.
De su padre, Luís Amador Zapata López heredó el amor por la tierra; el gusto por los caballos, evidenciado en los afiches que cuelgan de las paredes y en la yegua tallada en el espaldar de su cama; la habilidad para nadar en ríos y quebradas; y la fortaleza para enfrentar los impases de la vida.
En el 2010 y tras veinte años de matrimonio Marisol tomó la decisión de separarse pensando en sus tres hijas Cindy, Jakeline y Laura, la menor de la familia. “Había ciclos de violencia muy fuertes”. Sonríe al recordar que tuvo la valentía de iniciar un divorcio con el que sólo ella estaba de acuerdo. “Ahora nos acostamos y levantamos tranquilas y somos muy autónomas. Da un parte de tranquilidad porque se toman las decisiones que hacen bien a la familia”.
Cuando las mujeres hablan
“Terminé el bachillerato y después hice una tecnología en biodiversidad vegetal con el Sena”. Allí, reforzó sus conocimientos por el campo y aprendió todo sobre el cuidado y aprovechamiento de los recursos naturales.
Sus conocimientos los puso, luego, al servicio de las mujeres a través de las huertas caseras, proyecto que funciona hace dos años en Altavista, cultivos que les generan recursos a partir de la producción y comercialización de alimentos totalmente orgánicos.
“Siempre quise que las mujeres estudiaran, por lo que se gestionó para que hubiera un grupo grande y así el Sena pudiera venir a dictar la capacitación al corregimiento”. Aparte de educarlas, les proveen semillas, herramientas, abonos elementos para los biopreparados (abonos orgánicos) de ortiga, ajo, ruda y ají picante, además elaboran biocompuestos con suero, melaza y estiércol del ganado para contrarrestar ataques de organismos no benéficos.
“Ya nos cansamos de firmar y que los hombres decidan por nosotras”
Marisol afirma que el problema es que las mujeres participan pero no deciden, por lo que desde los procesos de liderazgo se les ha entrenado social y políticamente, para que además de hablar incidan en las decisiones. “Ya nos cansamos de firmar y que los hombres decidan por nosotras”.
Deja escapar una sonrisa de orgullo cuando menciona que de todas las juntas de acción comunal del corregimiento Altavista, la de Buga Patio Bonito es la que tiene mayor representatividad del género femenino.
“Si educamos a las mujeres y les enseñamos a ser autónomas salen de ese círculo de violencia que las tiene atrapadas. Es urgente generar espacios productivos dentro de su misma comunidad, porque se vuelven más felices, con más calidad de vida, con mejor salud mental”.
Para Marisol es necesario trabajar en el empoderamiento con las mujeres, algo en lo que están implicados estado, alcaldías, ONG, ellos deben gestionar proyectos de larga duración con un impacto social muy grande, lo que genera mayor proyección. “Cuando las mujeres tienen más posibilidades todo su entorno cambia”, enfatiza.
Buscando contribuir a esta causa participa del proceso educativo La escuela busca a la mujer adulta dirigido a mayores de dieciocho años, programa que funciona desde el 2008 y que ya cuenta con 450 mujeres graduadas.
Además de la educación que reciben todos los domingos, a estas alumnas se les ofrece el servicio de jardín, que atiende a sus hijos mientras ellas estudian. A su vez, pueden acceder a las asesorías de profesionales en sicología y derecho y, según Marisol, a toda una ruta de atención en temas de violencia y vulneración de género. “La vida es algo que nos regalan y que dependiendo de cómo la asumamos puede ser una maravilla o la peor pesadilla, por eso hay respetarla y cuidarla”.
Regalos de la vida
Pero el trabajo comunitario que tanto la apasiona no ha sido un impedimento para ser una mujer que disfruta la vida, un ama de casa dedicada, una madre que acompaña a sus hijas y una abuela consentidora.
“Trato todas las noches de trotar cerca de la casa, doy unas treinta vueltas. Mis nietos hacen parte de la felicidad de mi vida; yo me voy a trotar y ellos salen en la patineta y mi hija en la bicicleta. Siempre estamos juntos”.
Marisol se muestra feliz de vivir en una zona rural caracterizada por la tranquilidad. La reconforta en demasía el hecho de que sus nietos Camila y Santiago crezcan en este lugar. “Ellos son libres como los pájaros, corren, se comen las uchuvas, las acelgas; cuando estoy sembrando ayudan a poner la semillita. Aman la naturaleza, los animalitos, los cuidan y no les hacen daño”.
Al compás de los vallenatos tradicionales de Otto Serge, el binomio de oro y Diomedez Díaz Marisol siembra y aporca sus plantas ornamentales y sus cultivos de maíz, lulo, naranjo, mangos, cebollín y frijol.
Marisol amante de caminar en la soledad de la noche, mejor aún si la luna está llena, aparte de trabajar por las mujeres de su comunidad es una protectora de la naturaleza, cuando se instaló en la finca, doce años atrás, plantó guadua y guaudilla para ofrecer un refugio seguro a las aves, ardillas y guacharos que alegran su finca y los alrededores.
Acompañada de los curazaos, rosas, bromelias, cartuchos, hortensias, heliconias y otras flores que pueden admirarse desde el balcón de su cuarto, Marisol reflexiona en las noches, y le da gracias a Dios por haberle cumplido la petición que hizo un veinticinco de diciembre en una peregrinación a María Reina de la Paz para vivir en una tierra como ésta, todo un regalo de la vida y de la que no quiere irse jamás.