La salud está en tres pasiones

Comuna 8 / Villa Hermosa

Los 67 años, que acaba de cumplir, no ocultan esa alegría y vivacidad que se evidencia en sus ojos saltones de un café vivaz.  Maritza Niño Escobar, líder del adulto mayor y habitante del barrio San Antonio Villatina, en la comuna 8 de Medellín, deja claro que en su vida ha tenido tres pasiones que le han condimentado la existencia: el fútbol, el ciclismo y el baile.

Maritza Niño

Villahermosa

Su amor por el balompié surgió a eso de los 9 años, cuando vio al que es hoy su equipo del alma entregar todo en la cancha frente al Santos de Brasil, un encopetado del fútbol mundial, pero al que el onceno de su tierra le jugó con admirable decisión. Un afiche pequeño colgado justo al lado de la puerta cuenta, sin necesidad de preguntar, cuál es el equipo que Maritza sigue desde niña: “si viene a hablar mal del DIM, procure que su visita sea corta”.

 

Ya, en su juventud se dejó contagiar por los triunfos ciclísticos de Martín Emilio Rodríguez “Cochise”, siendo una de las seguidoras del “escarabajo” a través de montañas y carreteras colombianas.

Pero el baile sí que nació con ella. No lo dejó ni siquiera en esos días en que a su esposo Humberto Escobar, quien ahora tiene 69 años, no le gustaba. Dice que más fácil él aprendió a bailar que ella a dejar de hacerlo.

 

Llevaba 7 años de casada cuando llegó a este barrio y a esta casa. “Nos vinimos por tres meses y llevamos cuarenta años”, comenta Maritza. Aquí crecieron los muchachos: Carlos Humberto, Mery Janet, Aleida María y Marcela, su hija adoptiva. Dice con orgullo: “Me favorecieron dos cosas en la crianza, fui templada y los acompañaba a todas partes. Además, estuvo el ejemplo y el diálogo donde les recordaba que los amigos y la desobediencia no los llevaba a nada productivo”.

 

Luego llegaron sus 6 nietos con los que, además, comparten esa pasión familiar llamada fútbol. “Sacamos las banderas, los pitos, nos pintamos y salimos todos juntos en familia para el estadio”, explica la apasionada y abonada del azul y rojo.

 

La casa de los bailes

Se declara salsómana por excelencia, en su colección musical están los discos de La Fania, Cheo Feliciano, Ismael Rivera, Héctor Lavoe y muchos otros artistas de vieja data. Los vecinos saben cuándo está arreglando su casa, pues en su antiquísimo equipo retumban los discos de acetato con los que aprendió a bailar desde que era niña. Los porros, el merengue y la guaracha también están en la lista.

 

“A mí que me saquen a bailar así no sepan”, dice mientras recuerda como su casa ha sido el epicentro de muchas de las fiestas del barrio. “Nos estorbaban las paredes pa’ bailar por amor y amistad, por madres, por diciembre; se hacían bailes por lo que fuera”. Aparte de las fiestas familiares la casa de los bailes, como era conocida por los vecinos, también se alquilaba.

 

La vida no fue afectada por las acciones violentas en el barrio, excepto en una época en que ella y sus amigas debieron abandonar la gimnasia, pero eso es ya agua pasada. Con voz fuerte, vital y alegre Maritza dice que se ha sentido cansada por tanto trajín y tanta cosa, pero a la vez afirma: “soy muy positiva y muy alegre, nada pesimista y no soy de las que lloran por todo”.

“No sabía en qué me iba a meter”

Maritza recuerda como el liderazgo llegó a su vida por casualidad. Un día cualquiera, quince años atrás decidieron formar un grupo de la tercera edad. Ella “se aterró”, dice, cuando en la reunión dijeron que iban a poner a las señoras a brincar y a “chutar” un balón.

 

“No tenían ni idea de lo que pensaban hacer”, y es que su experiencia en el Club Rotario de Itagüí le daba argumentos: “Me parece que están equivocados, la gimnasia del adulto mayor es diferente. Es pasiva porque las condiciones de salud y nutrición de los adultos mayores son muy distintas”.

 

Maritza solo recuerda que todos los asistentes dijeron: "¡póngala a ella de presidenta!” y así fue. “No sabía en qué me iba a meter”, afirma. De los tropiezos aprendió y gracias a la orientación de Inclusión Social tuvo la orientación necesaria para desarrollar este liderazgo.

Aplaude además, el apoyo e ingenio de sus miembros. “Los bastones son palos de escobas, las pesas son botellas de agua con arena. Recogimos la plata y cada una tuvo su uniforme; y el grupo funciona a las mil maravillas. Me siento satisfecha de haber cumplido la labor con Años Dorados”.

 

Afirma que tiene los pies sobre la tierra y ya anda sin afanes y, que con el grupo de los adultos mayores lucha por tener una vejez digna.

Orden, para que la cabeza esté igual

El orden y la disciplina siempre, para poder cumplir con todas sus tareas. “Cuando salgo a las 7 de la mañana, dejo mi casa organizada. Me gusta el orden y así enseñé a mis hijos. Él me ayuda mucho –refiriéndose a su esposo- a lavar, planchar, sacudir, cocinar y es muy organizado. Él es la luz de mis ojos. Lleva veinticuatro años jubilado pero siempre ha sido muy comedido”.

 

En su casa, según ella más grande sin los muchachos, están las fotos de sus hijos y nietos, además de los vestidos que usa su grupo para las presentaciones de danza. Son prendas coloridas que dan cuenta de la alegría con la bailan cada cumbia, porro o gaita. “Salimos todas uniformaditas y bien puestas; con los mismos zapatos, peinados y accesorios”. Por cuenta de esto han ganado nombre y reconocimiento, algo de lo que ella se siente orgullosa.

Años atrás le detectaron diabetes pero la gimnasia, el baile y los cuidados con la alimentación han sido más que suficientes para controlar los síntomas; de hecho nunca ha tenido una crisis diabética.

 

Maritza vive con la tranquilidad del deber cumplido y el regocijo de disfrutar su existencia en compañía de su familia y amigos, con los que comparte tres sencillas pasiones.