El oficio de ser mamá
Comuna 3 / Manrique
Para llegar a la casa de Martha Yacira Buenaños Mosquera se camina por un par de calles sin pavimentar, se pasa al lado de una gallera llamada “El Zarco” y se ingresa a un callejón pequeño con casas aglutinadas en cada costado. Están tan agolpadas las viviendas que se puede oler cada una, como si se estuviera dentro de ellas.
Martha Yasira Buenaños
Manrique
En estas casas la música es un acompañante frecuente y los altos volúmenes son la constante. En este caso, primero suena la popular de artistas como Luis Alberto Posada o Jhon Alex Castaño, y luego de un silencio breve se escucha un reggaetón de Plan B.
Martha Yacira tiene 36 años y vive en Manrique Brisas del Jardín con sus tres hijos: Angy Paola de 13 años, Estiven de 9 y Katherin de 7 años. Su casa queda a la mitad de una cuadra a la que se accede por una serie de escaleras, algunas de ellas pintadas con un azul ya desgastado, y se identifica de las demás viviendas por el letrero “Variedades Angy” y un papel pegado en la puerta que dice “Se sacan fotocopias”.
Esta mujer chocoana, nacida en Bagadó, a los 11 años llegó a Medellín sólo con la ilusión de conocer la gran ciudad, pero terminó quedándose a vivir en la casa de una tía que soñaba que la pequeña continuara sus estudios y pudiera salir adelante en esta selva de cemento, formándose poco a poco hasta llegar a ser una profesional. Martha Yacira completó el colegio y, a los 21 años, cuando estaba estudiando sistemas transitoriamente mientras podía ingresar a la universidad, quedó en embarazo de Angy.
Ser madre soltera la sacó de eso que ella denomina “vivir bueno”. A pesar de ello, Martha Yacira cuenta: “yo le dije a mi hija: ‘yo la tuve a usted de 22 años, no me arrepiento porque era la mujer más feliz, después de que al principio, ¡uy, qué dolor, qué susto, qué todo! Pero cuando yo escuché chillar a mi hija, ahí aprendí yo de que uno sí tiene corazón”.
Esta mujer negra de amplias caderas, cabello organizado con delgadas trenzas –como es tradicional en las mujeres de tez oscura–, voz nasal y risa frecuente, no desconoce el amor por sus hijos y su mayor temor en la vida es morir antes de que ellos tengan una mayoría de edad, momento en el que ella siente que ya pueden defenderse por sí mismos para salir adelante y, por lo tanto, momento en el que podría morir en paz. Sin embargo, ella también reconoce que sus planes en la vida habían sido diferentes y que los hijos prematuros llegaron a cambiarle completamente su rumbo.
Aunque reza una popular frase que “todo niño viene con el pan debajo del brazo”, para Martha Yacira este pan sólo se ha conseguido a partir del trabajo duro y a costa de mucho estrés. Eso sí, nunca les ha faltado un bocado de comida, pero ella confiesa que sufre cada vez que ve que le falta una libra de arroz o cuando siente que no puede darle a sus hijos algunas de las cosas que ellos desean tener.
Ante estas realidades que vivió y vive cada día, Martha dice: “Ser mamá es una responsabilidad durita, no es para cualquiera – enfatiza- Es difícil criar hoy en día porque si no es que son desobedientes, es que les gusta estar en la calle y no hacen caso. En cuanto al ambiente, la marihuana, todo eso es una mala influencia para los niños hoy en día”.
Frente al reto que vive todos los días con la crianza de sus tres niños, ella siente que lo hace bien, a tal punto que afirma con confianza y cierto orgullo que: “Dios sabe que yo estoy haciendo un buen trabajo con lo que Él me puso a hacer. Él me prestó esos niños, yo estoy haciendo un buen trabajo, un buen manejo de pauta de crianza con ellos”.
Una vecina se acerca a la casa y le pide a doña Martha permiso para extender una cobija y una colcha en una varilla amarilla ubicada en el pórtico. El permiso es concedido. Otra vecina grita desde su hogar y Martha, acostumbrada a esos llamados, escucha aquella voz que solicita sus servicios de fotocopiado. Algunas monedas que se van juntando en lo que al final quedará como los frutos de un nuevo día de trabajo.
Martha no se considera a sí misma como una mujer saludable. Alergia, migraña, dolor en el colon, según su experiencia probablemente asociado al estrés que le causa la inestabilidad de su vida económica, son las dolencias que le impiden tener la salud y el bienestar que ella desearía.
Aunque no tiene una pareja formalmente, el papá de sus dos últimos hijos visita la casa todos los días e incluso cocinan juntos la comida de todos los miembros del hogar. Con él, Martha Yacira muchas veces desahoga su estrés “a punta de cantaleta”. Aunque lo guardan como un secreto, a los niños les afecta esto, tanto que en las cartas al niño Dios de la navidad pasada, los dos prometieron que se portarían bien para que la mamá no se estresara y así no peleara con el papá. Este mensaje inocente es la motivación principal de Martha para decir que quiere cambiar, porque de eso se trata vivir saludablemente, de hacer todo lo posible para que la familia viva contenta.
El sueño de ver a sus hijos salir adelante es lo que la impulsa; el deseo de tener una casa propia la motiva a trabajar; el anhelo de que su pequeño negocio de variedades, compuesto por dos vitrinas en las que vende desde shampú hasta cuadernos, se expanda y sea cada día más grande, son esas fuerzas que movilizan cada día a Martha Yacira Buenaños a levantarse a las 5:40 a.m. para preparar a los dos menores para el colegio, ya que Angy estudia en la tarde.
Mientras los acompaña al colegio Guillermo Gaviria Correa, por la cabeza de Martha puede pasar la preocupación de si alcanzará a completar los 180.000 pesos de arriendo que debe pagar mensualmente, o qué hará de almuerzo hoy con lo que tiene; o si el papá de los dos últimos niños tendrá algún contrato para trabajar en obra blanca, de modo que pueda pasar su cuota mensual sin problemas… en fin, pasan y pasan pensamientos por la mente de esta mujer que lucha por sobrevivir y que espera tener una buena salud que le permita ver a sus hijos crecer, formarse y, como dicen popularmente “ser alguien en la vida”.