Al compás que le toquen baila y trabaja

Comuna 60 / San Cristóbal

Maryoret Álvarez

San Cristobal

Aparte de la música y el baile, Maryot, como la llaman amigos y familiares, ríe muchas veces al día, característica que parece ser una inyección de ánimo y la garantía de una alegría permanente que se evidencia en cada palabra que pronuncia.

 

Maryoreth Álvarez Posada es soltera por decisión. Tiene 49 años, con su voz de un seseo particular, cuenta que terminó el bachillerato y se dedicó a trabajar en oficios varios. A lo largo de su vida ha hecho cursos en temas que no son muy populares entre las mujeres, pero que a ella le han llamado la atención como: preparación de yeso, estuco y pintura; conocimientos que ha aplicado en su casa, donde es, con complacencia, la “todera” del hogar, pues se le mide a lo que haya que pintar, reparar o remendar.

Es la octava de 9 hijos, dos de los cuales fallecieron. Vive con sus hermanos Faber y Martha Nidia, además de su madre María Dolores de 79 años, quien luce vital y que ríe con cada ocurrencia de Maryot.

 

Desde el patio de su casa se puede ver una amplia zona del corregimiento San Cristóbal, comuna 60 de Medellín, y donde se destaca la cárcel de El Pedregal. Sumergida en la tranquilidad del paisaje Maryot dice: “No sirvo para estar sin hacer nada. Yo desde los 8 años cogía café y lo vendía para mis gastos del estudio, porque en la casa sólo nos daban los cuadernos”. Recuerda que siendo aún muy niña iba 4 o 5 veces a San Cristóbal para hacer los conocidos mandados, esos que le pagaban y le servían para completar la plata.

 

No le gusta el desorden, dice que por eso antes que contratar a alguien prefiere encargarse ella misma de pintar, lijar y estucar. Lo hace a su ritmo, ya sea en los días de descanso o en las vacaciones.

El agrado y la habilidad por estas labores las heredó. “Mi papá y hermanos eran oficiales de construcción, yo andaba detrás de ellos pa’ todas partes y así aprendí a hacer las cosas. Uno es capaz de hacer todo, yo me le mido a lo que sea, y miro a ver si puedo arreglar las cosas”. Aunque no lo haya estudiado se siente capaz, se arriesga y lo hace. “Yo arreglo un tubo de agua si se daña, una llave, un lavamanos, una lámpara. Una vez el equipo estaba sonando mal y lo destapé a ver que tenía, era un alambrito suelto, lo soldé y listo”.

 

Durante el 2008 trabajó en la terminación de obra en la cárcel de El Pedregal, esa que se ve desde su casa. “Quedamos tres mujeres en la obra, y nos preguntaron: ¿ustedes son capaces de pintar? Yo soy capaz -contestó- y nos tocó pintar las ventanas y las rejas, nos tocó hasta destapar los baños”.

¡A brillar la pista!

Pero no todo son labores y obligaciones. Esta mujer que se declara una optimista de la vida y disfruta del baile como si fuera su último día en la tierra. De su padre José Ignacio, quien falleció hace 26 años, parece haber heredado el gusto por la música; a su lado conoció las letras de artistas como Yolanda del Río, Julio Jaramillo, Oscar Agudelo, entre otros.

 

En su vida de soltera se volvió costumbre salir a bailar los fines de semana con su grupo de amigos; entre porros, gaitas y cumbias que suenan sin parar en las viejotecas de la ciudad, Maryot se divierte de la forma más sana que pudo encontrar: bailando.

 

Los caminos de la vida y Colombia Tierra Querida son dos de sus canciones predilectas, esta última no perdona sus pasos, pues siempre que suena se pone de pie y como si tuviera un resorte en el cuerpo llega hasta la pista de baile al ritmo de su melodía. Antes rumbeaba todos los fines de semana, pero por la escoliosis de columna ha tenido que bajarle al bailoteo.

Es estricta con el orden, desde el sábado organiza su ropa para toda la semana y cuando no tiene que salir a trabajar, sin falta, se levanta a las 6:00 de la mañana para que el día le rinda. “Yo lavo el baño, las escalas, sacudo, lavo la ropa, porque no nos gusta la lavadora, siempre lavamos a mano y a diario para no acumular. Cuando ya no tengo que hacer salgo y me voy a caminar, cojo mi tarrito de agua y me voy hasta el túnel y vuelvo, pero si encuentro a alguna persona a la que le pueda ayudar con un arreglo lo hago”.

 

Y es que otro de sus pasatiempos es caminar, el destino es lo de menos va y vuelve en media hora “como si la estuvieran siguiendo” porque, según dice, cuando se está enseñado a trabajar la casa es muy aburridora. Y como siempre le gusta mantenerse ocupada, los domingos atiende, en compañía de dos de sus hermanas, el kiosco parroquial. Allí, entre las 6:00 de la mañana y las 3:00 de la tarde hacen tintos, empanadas y pasteles.

Vive feliz en su barrio y en su casa, “de aquí me sacan pal’ cementerio”, sentencia. Yo sostengo el hogar, entonces nunca he pensado en irme. Maryot hace parte de esas típicas familias antioqueñas en donde pese a las distancias es costumbre reunirse en torno al hogar materno en fechas especiales como: cumpleaños; día del padre y la madre; amor y amistad o navidad. Y el hecho de que en la casa solo vivan su mamá,  dos de sus hermanos y ella no es excusa para hacer planes juntos, como ver televisión, jugar dominó o sentarse a conversar en torno a la madre que cose en su vieja máquina.

 

En la vida ha tenido que enfrentar dos pérdidas: la de su padre y su hermano Hernán. “Éramos uña y mugre, Hernán Darío murió de cáncer en el colón. Nos la llevábamos muy bien, él vivía aparte y cuando llamaba por la primera que preguntaba era por mí. Me decía: ‘¿Maryot que le vamos a hacer a mi mamá el día de la madre?”

Pese a la adversidad hay que seguir adelante y la música le sigue dando a Maryoreth la fortaleza que necesita para levantarse cada día con la mejor actitud, empresa en la que la acompaña Brincón, un canario que susurra melodías festivas salidas de su pequeño pico y que, además, de alpiste come manzana, lechuga y mango. Maryot se define a sí misma como una persona que sabe escuchar, buena amiga y alegre. “En las buenas y en las malas estoy, y si necesitan  alguna colaboración se las presto, para aconsejar soy malita, pero escucho y ayudo en lo que se pueda”.