Disciplina con amor

Disciplina con amor

Comuna 9 / Buenos Aires

En el empinado Buenos Aires de Medellín vive un amo de casa, un ex militar y policía pensionado que cree firmemente que la disciplina no se impone sino que se inculca y que vivir contento es la mejor manera de estar saludable.

Ramiro Úsuga

Buenos Aires

Ramiro Úsuga David es un hombre de cuarenta siete años que se define como un ser claro y transparente en su actuar. Es amoroso con su familia pero estricto y disciplinado. Este hincha fervoroso del Deportivo Independiente Medellín vive alegre pese a las adversidades, tanto así que, tiene una frase característica “¡qué viva diciembre!”, así el calendario marque enero.

 

De contextura delgada, piel morena y cabello negro, es hijo de unos humildes campesinos que llegaron a Medellín, a inicios de los ochenta, buscando oportunidades. Sin embargo, al llegar y con seis hijos bajo su cuidado no les quedó otra elección que vivir en las periferias e ingeniárselas para conseguir el sustento básico.

Ramiro era un adolescente y las opciones de estudio o trabajo evidentemente escasas. Ante ese panorama decidió, en compañía de un amigo del barrio, “regalarse” para prestar el servicio militar. El 10 de octubre de 1986 fue enrolado en un batallón de Barranquilla. Con dieciocho años hizo parte de los escuadrones antiguerrilleros en departamentos como Atlántico, Bolívar, César y Magdalena y, fue precisamente, después de una exitosa misión en la Sierra Nevada de Santa Marta, que sus propios compañeros del batallón lo escogieron para conformar una fuerza multinacional avalada por la Organización de las Naciones Unidas, cuya tarea consistía en salvaguardar la península del Sinaí, frontera de disputa territorial entre Egipto e Israel.

 

La disciplina que lo caracteriza se la debe a su paso por las fuerzas militares. “Mi vida era una antes y después de estar en el Ejército”, -afirma con vehemencia-. Antes de pagar el servicio militar y quizás por la juventud, los retos no se enfrentaban de manera responsable, sino más deportivamente, pero esa experiencia –recalca- le dio la madurez suficiente para crecer como persona.

“Al estar fuera de la casa, del calor del hogar y lejos del papá y la mamá que lo miman y le “alcahuetean”, uno se da cuenta que la vida no es tan fácil.  Allá –refiriéndose al Ejército- es con mano dura y sobre todo en esa época. Pero esa disciplina hace parte de la formación del hombre”.

Las reglas, además del respeto, la constancia y la dedicación siempre han sido las banderas enarboladas por este hombre, quién asumió la misión de irse hasta el Medio Oriente, sin importar la lejanía y lo inhóspito de un lugar que apenas podía ubicar en los mapas.

 

Los papiros procedentes de El Cairo, exhibidos en algunas de las paredes de la vivienda, las fotografías envejecidas por los años y un escudo que alude a los once batallones de la fuerza multinacional evidencian su experiencia que, sin duda, es un orgullo para él y su familia.

 

De regreso

Ramiro llegó al país para culminar su tiempo de servicio, pero le asignaron tareas de oficina, algo que no le apasionaba mucho. “Prefería el área de combate. Hay más libertad pese al riesgo, solicité regresar a la contraguerilla en el Sur de Bolívar. Allí terminé feliz de haber cumplido esa meta y volví a la casa muy contento”.

 

Inició un curso como Operador de Audio y, al tiempo, conoció a un grupo de policías del que se hizo amigo. “Me recomendaron que entrara a la fuerza pública, porque había garantías y una estabilidad laboral difícil de encontrar en otra parte. Pero esa era la época de la plena guerra de los carteles contra el gobierno, así que no lo veía muy viable”. Fue por esa familia que soñó construir cuando conoció a Alba Mery, su esposa, que tomó la decisión de ingresar a la fuerza pública, pese a los riesgos.

Durante dos décadas prestó sus servicios como agente policial en la central de comunicaciones de la línea de emergencia 123. El trabajo fue duro pero pese a las obligaciones Ramiro dedicó su tiempo libre para estar con los suyos; hacer una comida para reunir a sus padres, hermanos, suegros y cuñados; ir a cine o a un centro comercial con su compañera e hijas y salir un sábado a bailar un ratico porque, según comenta, “eso solidifica la relación, hace que sea más estable y no tan rutinaria”.

 

Pero su arduo trabajo le dio valiosos frutos, consiguió pagarle a su esposa una carrera profesional como contadora pública y, tuvo apunta de mucho sacrificio la posibilidad de que sus hijas, Nadir y Elizabeth, estudiaran en colegios privados y luego continuaran su formación universitaria.

 

Aunque por algo más de quince años vivió en la parte alta del barrio Caicedo,  reconoce que uno de sus mayores logros fue comprar el terreno para edificar la casa de dos plantas, garaje y terraza que tiene en el barrio Buenos Aires y donde vive hace cinco años. “Cuando recién empecé a trabajar en la Policía siempre pasaba en el bus, miraba este barrio y le pedía a Dios que algún día pudiera tener una casa por estos lados, y me dio esta bendición infinita –recuerda- Mi esposa ha formado parte de esta superación moral, espiritual y económica. Hemos trabajado hombro a hombro para tener una mejor calidad de vida”.

Adiós a las botas

Aunque estuvo muy afanado por sus labores como agente, siempre fue muy dedicado a los quehaceres del hogar y, apoyó a su esposa en las labores cotidianas.

 

De hecho, después de su jubilación, hace dos años, se levanta a las 5:00 de la mañana y luego de darle gracias a Dios por el nuevo día, prepara el desayuno y despacha a su esposa y a sus hijas. Mientras tanto se queda en la casa organizando, lavando, haciendo el almuerzo; tareas que acompaña con vallenatos clásicos, música pa’ planchar o tropical.

Ahora puede dedicarse más a él y a su familia y estar más atento en cómo sus hijas atienden las normas que inculcó desde siempre. “La disciplina sirve y es necesaria. Soy una persona muy cariñosa y respetuosa, porque la disciplina no se impone, se inculca reflejándola en uno mismo con el ejemplo”.

 

Pese a que su trabajo le dejó una migraña crónica dice que ésta y otras preocupaciones no pueden ser una excusa para dejar de sonreírle a la vida.

 

Aprovecha la oportunidad para comer en familia, tomarse una siesta en la hamaca instalada en uno de los dos patios, salir de paseo al mar o hacer un arroz con leche, tradición heredada de su madre y que, dice, marcó su vida, pues en su niñez era el postre especial para los cumpleaños familiares.

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Frases destacadas:

 

“Hay muchos motivos para vivir feliz. ¡Todos!, yo vivo muy contento”.

 

“La vida es maravillosa… ¡Ojalá pudiera vivir 115 o 120 años para aprovechar, de la forma correcta, ese don que Dios nos regaló”.

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