¡A Romelia le gusta moverse!

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En las inmediaciones de una loma peligrosamente empinada –al punto de calificarse como proeza a cualquier conductor que arranque su vehículo en tal subida– se ve una reja verde, en medio de dos casas, que parece esconder algo en su interior.

 

Un corredor al aire libre, por el que difícilmente pasan dos personas al mismo tiempo, conduce a aquel lugar secreto… es la puerta de entrada a la casa de María Romelia Molina Henao, una mujer de 62 años, que luego de tener cinco hijos, uno de ellos fallecido en aquella época cruenta de la violencia en Medellín, ha quedado sola luego de que sus tres hijos y su hija conformaran sus propias familias que hasta el momento le han dejado ocho nietos y una biznieta.

Romelia Molina

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La escondida casa contrasta con la apertura y amabilidad de Romelia (sin el ‘doña’), como le gusta ser llamada. Ella es una mujer con voz ronca, cabello corto, sonrisa amplia y risa generosa. Saluda, incluso a los desconocidos, de abrazo y pico en la mejilla; no se gasta muchas timideces y, eso sí ‘por encima’ se le ve la vitalidad y la energía positiva.

 

Su casa, con piso de cemento, paredes en ladrillo sin revocar decoradas con cuadros religiosos y pinturas decorativas, es vivo ejemplo de la característica pulcritud paisa, en la que sacudir el polvo es tan sagrado como comer arepa al desayuno.

Romelia Molina es conversadora, le gusta preguntarles a sus interlocutores por sus vidas y también le gusta contar sus historias. Por ejemplo, cuenta con detalles la propia. Luego de ser abandonada por su esposo en medio de un trasteo, cuando el menor de los cinco hijos tenía pocos meses de nacido, se dio a la tarea de levantar a los pequeños a punta de trabajo duro en fábricas de confecciones. Los malos jefes “que en paz descansen algunos de ellos”, nunca le pagaron para su pensión, por lo que dejaron a Romelia sin una jubilación. Hoy en día ella vive con el apoyo de sus hijos y se ayuda con las reparaciones de ropa que hace para los vecinos en una máquina de coser negra, antigua, que luce como nueva.

 

Entre sus responsabilidades, Romelia saca tiempo para salir de su casa y disfrutar de la vida que hay fuera de ella. De la reja verde para afuera su sonrisa no se desvanece y antes bien la acompaña de los constantes saludos a sus vecinos del barrio Granizal de la comuna 1 de Medellín.

“Me encanta saludar al conductor –comenta Romelia–, saludar a los vigilantes a donde llego, con mis compañeras yo llego y son abrazos y abrazos, con todas los saludos son de abrazos, y pues, me destaco porque soy la única en el grupo que saluda tanto y con el profesor y la profesora, pues, yo soy así”.

Los miércoles de cada semana, ella madruga para llegar a las 8:00 a.m. a las clases de manualidades; también participa de la gimnasia para la tercera edad y en el 2014 participó en las actividades que el proyecto Comportamientos Saludables, de la Alcaldía de Medellín y el Parque de la Vida, ejecutó en su comuna con presupuesto participativo.

 

Y, eso sí, aunque no tiene novio, cada que puede le gusta pegarse sus bailadas. “Soy feliz bailando, eso me llena… los bailes me llenan a mí”. Para ella, por ejemplo, fechas como el 24 y 31 de diciembre, son para azotar baldosa desde temprano hasta la mañana del otro día; sus hijos son sus parejos regulares, aunque cuando los demás bailarines conocen sus dotes, le sobran propuestas para danzar la siguiente pieza.

Por eso, para Romelia moverse es vivir; mantenerse en movimiento es síntoma de una persona saludable. No sólo bailar, sino caminar o tener una vida activa compartiendo con otras personas nuevos conocimientos. Por eso, cada que puede ella invita: “¡vamos!, metámonos a la gimnasia, mirá que eso da salud, eso no es por estética, eso no es porque nos quede el cuerpo muy lindo, sino por salud; el deporte ante todo, así no sea sino caminar en la mañana, de una a dos horitas en la mañana, que se levanten temprano, que coman bien, que coman a tiempo, porque es muy saludable”.

 

Mientras camina por las calles de su barrio, ella conversa y mira a sus vecinos, a quienes saluda alzando levemente su cabeza mientras sonríe, sin parar de hablar. Mantiene su movimiento con cada paso. Mantiene su amabilidad con cada paso. Romelia Molina dictamina: “una persona saludable debe ser amable y no vivir amargada porque es que la persona que vive amargada, aburrida, con pereza, esa persona no tiene buena salud, digo yo”.

 

Se despide con un abrazo fuerte y caluroso. Un abrazo de esos que recargan la energía, tanto de quienes lo regalan, como de quienes la reciben. Romelia se va caminando, moviéndose, porque ni el cansancio de los años o de una vida difícil como madre cabeza de familia, le quitan la energía y la vitalidad para levantarse cada mañana para vivir un nuevo día.